se puede ver en los charcos
le gusta como su pelo dorado brilla
en el límite de su cuerpo.
siempre tiene sed y ganas
de cansarse.
camina las ciudades nuevas da vuelta
la cabeza para mirar al viento
arrastrar la basura
que deja detrás.
llora con la cabeza apoyada
sobre el mármol de un edificio
y apenas un reflejo amarronado le devuelve
una sonrisa de costado.
siente emociones perfectas
iguales a las de sus 16 años.
no queda nadie en la cuadra.
recuerda la mano desplegada por debajo
del jumper azul del colegio y se estremece
¡ay!
ese peligro tan sensual del
propio escondite.
llama por teléfono, ya nadie habla con el cable
enrulado en los dedos de las manos.
ahí está su corazón
en las señales
que viajan a través del cobre, de los postes
de luz. se arrepiente de ese pensamiento
otra vez esa grieta por debajo
del esternón. pronto
cerrarán las compañías
telefónicas. esta tan cansada
a ella también le gustaría
declararse un servicio en quiebra.
hace poco se acabaron las postales
que compro en el aeropuerto.
se avergüenza tanto
le gustaría dormir en la orilla del río
que recorre la ciudad y empaparse
los labios de alcohol ardiente.
se pregunta cuánto dura
la ternura mientras se dice que mañana
hablara con su madre.