nunca se acostumbro
al ímpetu de un hombre
pidiendo un trago por ella.
cinco en una mesa
de dos. una escala
conocida.
las mujeres
Sara, Isabel
pellizcándose los muslos
por debajo de la mesa.
nadie sospecha de
ese tipo de nombres,
ventajas de pueblo chico.
se deja
tomar por las manos
si sentada también
por las rodillas.
se pega a esos hombres
espera que le susurren palabras
por detrás de la nuca.
el tipo de cosas
que su madre no
la hubiera dejado escuchar.
cierra los ojos
repite
no entendí
explícame de vuelta
es una meditación que aprendió
hace poco tiempo.
 sueño 22.11.2025

alguien me decía
eso es muy dadaista de tu parte.

este es un poema
para las sábanas que dejaste
arrugadas
ayer por la noche.
quién iba a suponer 
que te escondías debajo de mi cama.
ahora enfrente mío 
tan común y corriente.

quiere cambiar su vida.
junta toda su ropa
la saca a la calle
no se detiene ni un segundo
incluso tira su pollera negra de lana
esa que decidió dejarse puesta
la primera vez que tuvo sexo
con un hombre mayor que ella. 
corre los muebles
lija las paredes
necesita ver la habitación vacía.
nada debería poder
hablar de Ella misma.
excepto Ella misma.
así se piensa hace un tiempo.
no quiere que pasen los días
sobre el vaso a medio tomar
en su mesa de luz.
todo es tan deprimente
nada debería permanecer tanto tiempo.
vuelve a su casa de noche
preferíria vivir con uno dos
fantasmas
no soporta la responsabilidad de vida
en el olor de las verduras pudriendose
dentro de la heladera.
no quiere tener más cosas
ya no sabe lo que es suyo
desde ahora en más
jeans de trabajo una remera
que no esté rota
eso es todo.
qué está pasando
no más vestidos nuevos
no más labiales.
ni siquiera el perfume intoxicante
que solía manternerlos cerca.
no necesita que nadie la vea
ya no está enamorada.
no piensa con la luz prendida
a las cuatro de la mañana
no pronuncia comentarios incisvos
para luego arrepentirse.
no quiere morirse de vergüenza.
prefiere cerrar los ojos
sabe que como ella también 
existe un hombre
escuchando canciones lejanas
en una habitación vacía.
crónica de oficina

hace unos meses empecé un nuevo trabajo. voy a una oficina en un piso muy alto con ventanales de vidrio y hago el tipo de cosas que se hacen en las oficinas. sé que es el tipo de cosas que se hacen en las oficinas porque ví muchas películas que me muestran como son las oficinas, y no importa cuanto cambien los códigos de vestimenta, la máquina de café y los pisos de alfombra siguen existiendo. no hay nada más de oficina como correr un ascensor que se cierra en medio de un pasillo de ascensores y gritar con una voz finita "esperen". me pasa siempre. y cuando empece a trabajar miraba todo el tiempo por la ventana, porque desde el piso 26 se ve la ciudad entera y más allá también. me dijeron un par de veces, ya te vas a acostumbrar, al principio es shockiante. miro desde muy lejos a la gente chiquita caminando y a los autos cruzando avenidas, como en una maqueta, y pienso que cómo me voy a acostumbrar, que yo nunca me voy a acostumbrar a esto. se me ocurre que desde el piso 26, andar en subte rodeada gente no parece tan mala idea, y que también voy a comprar un montón de fruta fresca porque suena a algo sano que hace bien al cuerpo; que cuando hoy termine de trabajar voy a dedicarle una sonrisa a los guardias de seguridad y decir, que terminen bien el día, para alejarme dejando un brillo de muchacha jóven con mucho futuro y pocas preocupaciónes. desde allá arriba me pregunto si la ansiedad porteña es algo real y juraría que la violencia de la calle no existe pero que Dios sí. la afirmación es rebelde, y eso me parece inteligente de mi parte. quiero ser una buena ciudadana, una buena amiga, una buena amante, una buena hija, una buena hermana. todas las cosas que pienso desde el piso más alto que alguna vez visité. igual más que nada quiero ser una buena artista pero no sé bien que signifca eso y nunca más quiero usar la palabra artista. tampoco quiero tener que nombrar la palabra deseo porque preferíra tenerlo a nombrarlo. quiero usar palabras como escabroso para adjetivo, y paragüas para sustantivo. nadie me habló nunca sobre la ciudad cuando su ruido no existe. también veo todo el río, ni siquiera una línea finita, veo una franja azul muy gruesa y me pregunto si hay alguien nadando en aguas abiertas. ese es un pensamiento que me da mucha envidia, por ejemplo. y del otro lado al menos una vez por semana hay humo. como la regla de un tablero: al sur el fuego, al norte el agua. justo del lado del fuego es donde baja el sol. hay una hora de la tarde que todo parece de oro y las caras de mis compañeros son, no sé si mas bellas pero sí mas interesantes. podríamos actuar todos un drama romántico porque estaríamos bien iluminados y eso ya sería suficiente. yo siempre doy una vuelta, saco una dos fotos, iguales a las anteriores, y vuelvo a sentarme a hacer cosas de oficina. no me gustá hablar de mi trabajo porque me parece innecesario, sí me gusta hablar de mi vida desde que tengo este trabajo. porque me paso los días en la torre de cristal, como un pájaro en la rama más alta mirando las calles en slow motion; porque me paso las noches en los subtes, por debajo de las avenidas, esperando que alguien más me levanté la mirada; que hay una ocurrencia que reaparece, una persona que todavía no conozco, un gesto violento seguido de un beso romántico. que hay una melodía muy linda y una mano que me toma por la cintura. hay mucho sexo pero enrealidad hay otra cosa que no sé como se llama; que alguien en este subte tiene que estar pensando lo mismo, que qué tanto mejor sería encontrarnos, que sí, que elijo estar metros debajo del suelo a andar en tren, que voy a ser buena hija, buena hermana, buena amiga, que quiero ser buena amante y también buena ciudadana, pero que prefiero tomar cerveza a comer tallos verdes. que no cambio ninguna luz dorada por la luna que aparece todos los días, muy de a poquito, cuando subo por las escaleras mecánicas a la calle, en mi vuelta a casa.
se puede ver en los charcos
le gusta como su pelo dorado brilla
en el límite de su cuerpo.
siempre tiene sed y ganas
de cansarse.
camina las ciudades nuevas da vuelta
la cabeza para mirar al viento
arrastrar la basura
que deja detrás.
llora con la cabeza apoyada
sobre el mármol de un edificio
y apenas un reflejo amarronado le devuelve
una sonrisa de costado.
siente emociones perfectas
iguales a las de sus 16 años.
no queda nadie en la cuadra.
recuerda la mano desplegada por debajo
del jumper azul del colegio y se estremece
¡ay! 
ese peligro tan sensual del
propio escondite. 
llama por teléfono, ya nadie habla con el cable
enrulado en los dedos de las manos.
ahí está su corazón
en las señales
que viajan a través del cobre, de los postes
de luz. se arrepiente de ese pensamiento
otra vez esa grieta por debajo
del esternón. pronto
cerrarán las compañías
telefónicas. esta tan cansada
a ella también le gustaría
declararse un servicio en quiebra.
hace poco se acabaron las postales
que compro en el aeropuerto.
se avergüenza tanto
le gustaría dormir en la orilla del río
que recorre la ciudad y empaparse
los labios de alcohol ardiente.
se pregunta cuánto dura
la ternura mientras se dice que mañana
hablara con su madre.
viajan hace días camino al norte.
el auto se convirtió en un órgano más,
el intestino que comparten.
Ella se esfuerza
el jean sucio las zapatillas de lona incluso
los breteles del corpiño:
todo le parece exuberante. 
mientras tanto en la radio
una de esas canciones
fabulosa es el adjetivo,
ideal para hacer de cuatro minutos
una escena exactamente
lo contrario a una brisa exactamente
lo idéntico
a un cataclismo.
con la yema de sus dedos repasa
las iniciales que tallo
enmarcadas de paréntesis -ó secretos
así les diría yo-
en la cuerina del auto.
como las manos en las cuevas Lascaux.
dice Él. como los asesinos en las películas 
dice ella como los asesinos en las películas dejando
sus letras en los cadáveres siempre pistas.
dice Ella. Él sonríe le regala
la última pitada del cigarrillo del mediodía
y pasa la mano por detrás de
su nuca. la luz vuelve a teñir
los pelos de las piernas que
danzan sobre
la guantera del auto.
adelante nada más que 
la llanura el puro anhelo
de desvestirse otra vez la vergüenza
totalitaria de querer aun más
que dos cicatrices rasgadas en la superficie 
donde viaja sentada.