crónica de oficina

hace unos meses empecé un nuevo trabajo. voy a una oficina en un piso muy alto con ventanales de vidrio y hago el tipo de cosas que se hacen en las oficinas. sé que es el tipo de cosas que se hacen en las oficinas porque ví muchas películas que me muestran como son las oficinas, y no importa cuanto cambien los códigos de vestimenta, la máquina de café y los pisos de alfombra siguen existiendo. no hay nada más de oficina como correr un ascensor que se cierra en medio de un pasillo de ascensores y gritar con una voz finita "esperen". me pasa siempre. y cuando empece a trabajar miraba todo el tiempo por la ventana, porque desde el piso 26 se ve la ciudad entera y más allá también. me dijeron un par de veces, ya te vas a acostumbrar, al principio es shockiante. miro desde muy lejos a la gente chiquita caminando y a los autos cruzando avenidas, como en una maqueta, y pienso que cómo me voy a acostumbrar, que yo nunca me voy a acostumbrar a esto. se me ocurre que desde el piso 26, andar en subte rodeada gente no parece tan mala idea, y que también voy a comprar un montón de fruta fresca porque suena a algo sano que hace bien al cuerpo; que cuando hoy termine de trabajar voy a dedicarle una sonrisa a los guardias de seguridad y decir, que terminen bien el día, para alejarme dejando un brillo de muchacha jóven con mucho futuro y pocas preocupaciónes. desde allá arriba me pregunto si la ansiedad porteña es algo real y juraría que la violencia de la calle no existe pero que Dios sí. la afirmación es rebelde, y eso me parece inteligente de mi parte. quiero ser una buena ciudadana, una buena amiga, una buena amante, una buena hija, una buena hermana. todas las cosas que pienso desde el piso más alto que alguna vez visité. igual más que nada quiero ser una buena artista pero no sé bien que signifca eso y nunca más quiero usar la palabra artista. tampoco quiero tener que nombrar la palabra deseo porque preferíra tenerlo a nombrarlo. quiero usar palabras como escabroso para adjetivo, y paragüas para sustantivo. nadie me habló nunca sobre la ciudad cuando su ruido no existe. también veo todo el río, ni siquiera una línea finita, veo una franja azul muy gruesa y me pregunto si hay alguien nadando en aguas abiertas. ese es un pensamiento que me da mucha envidia, por ejemplo. y del otro lado al menos una vez por semana hay humo. como la regla de un tablero: al sur el fuego, al norte el agua. justo del lado del fuego es donde baja el sol. hay una hora de la tarde que todo parece de oro y las caras de mis compañeros son, no sé si mas bellas pero sí mas interesantes. podríamos actuar todos un drama romántico porque estaríamos bien iluminados y eso ya sería suficiente. yo siempre doy una vuelta, saco una dos fotos, iguales a las anteriores, y vuelvo a sentarme a hacer cosas de oficina. no me gustá hablar de mi trabajo porque me parece innecesario, sí me gusta hablar de mi vida desde que tengo este trabajo. porque me paso los días en la torre de cristal, como un pájaro en la rama más alta mirando las calles en slow motion; porque me paso las noches en los subtes, por debajo de las avenidas, esperando que alguien más me levanté la mirada; que hay una ocurrencia que reaparece, una persona que todavía no conozco, un gesto violento seguido de un beso romántico. que hay una melodía muy linda y una mano que me toma por la cintura. hay mucho sexo pero enrealidad hay otra cosa que no sé como se llama; que alguien en este subte tiene que estar pensando lo mismo, que qué tanto mejor sería encontrarnos, que sí, que elijo estar metros debajo del suelo a andar en tren, que voy a ser buena hija, buena hermana, buena amiga, que quiero ser buena amante y también buena ciudadana, pero que prefiero tomar cerveza a comer tallos verdes. que no cambio ninguna luz dorada por la luna que aparece todos los días, muy de a poquito, cuando subo por las escaleras mecánicas a la calle, en mi vuelta a casa.

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