no tengo propuestas de fin de año, ni de comienzo. sigo pensando
compré un cuaderno gloria, tapa blanda, rayado. una vez más caigo en esa promesa tradicional (más bien una trampa) de fin de año: la constancia en la escritura. compré dos bics negras. no las clásicas, sino las transparentes, que dejan relucir el tubito naranja y se convierten en un taxi, una corbata, un pico de pájaro. “bic fine son esas” le dijo un cajero al otro, con una pronunciación castellana totalitaria, y se redirigió a mi “fine, fain en realidad… pero fine para los pibes”.
miro al Nadador Zen hacer los largos de crol de descanso antes de finalizar su rutina. el Nadador Zen se llama Leo, es un hombre que nada en el andarivel junto al mío y tiene la brazada de crol (y de espalda) más bella que vi. como si los pétalos de una flor pudieran ejercer movimiento, se deshace y se vuelve a armar cada vez que levanta el antebrazo por encima de su cabeza.
un hexagrama del i ching:
Preponderancia de lo Pequeño. Éxito.
Es propicia la perseverancia.
Pueden hacerse cosas pequeñas, no deben
hacerse cosas grandes.
El pájaro volador trae el mensaje:
no es bueno aspirar hacia lo alto,
es bueno permanecer abajo. ¡Gran ventura!
sería deseo suficiente convertirme en él, en el Nadador Zen: un seda roja desenvolviéndome en el agua. es bueno permanecer abajo, aprender a respirar, variar el lado, encontrar la simetría. no deben hacerse cosas grandes, puedo limitarme a nadar, a ganar algo de plata (lo justo, apenas suficiente), a comer bien, a dormir.
(todo esto es una mentira, nada de ello sería suficiente. quiero (necesito) más.)
compré un cuaderno gloria, tapa blanda, rayado, pero a la hora de escribir no me decido. mi cuaderno elegante, tapa dura y hojas gruesas, que uso para dibujar. la pequeña libreta que me cabe dentro de la mano en la que me anoto ideas sueltas, conjunciones de palabras y frases que luego no entiendo. el bloc en el que alguna vez empecé a escribir mis sueños ni bien me despertaba. la hoja de word, el sinfín blanco que me seduce con la idea de que el tecleo nunca es total, sino parcial. cada año termina con una sarta de palabras desparramadas en cualquier superficie, reposando en mi mesa, en el borde de un estante adherido con cinta scotch, adentro de un libro cumpliendo su función de señalador. palabras sin uso, sin destinatario.
algunos días me frustro tanto que pienso en renunciar al lenguaje. la comunicación es una ilusión total (productora de catástrofe y maravilla) y el lenguaje… tan hermoso a veces que me espanta. miedo a usarlo, a darle acilo en mis palabras, en imágenes (miedo a profanarlo, a dejarlo inerte).
una nena muy chiquita, 4 años máximo, en el tren, mira la pollera de una mujer que viaja parada. tironea la manga de su mamá y como una confidencia de interés, pregunta “má, ¿te gustan las florcitas de la pollera de la señora?”.
miró esta escena desde un costado. estoy sola y siento que guardo un secreto. este momento va a morir cuando me baje del tren y es tan insignificante que es probable que nunca haya que volver a mencionarlo. no creo que a nadie le importe, pero siento que acabo de dar con una respuesta nítida de algo que no sé ni cómo nombrar. de vuelta, las palabras nunca me satisfacen.
la parte vital de mi cerebro, que cree en el amor que existe en todas las cosas, me grita: ¡la poesía le! ¡la poesía! ¡no te olvides de la poesía!